14 septiembre, 2011

Alfredo Bryce Echenique

Lisandro Otero, tiene un libro de memorias, un libro chismoso, hasta donde se puede: LLover sobre mojado: una reflexión personal sobre la historia Lo compré en el 1997, en edición de Letras Cubanas  y apenas lo he empezado a leer. Por eso de las ventanas entornadas, se asoma Alfredo Bryce Echenique

 y voy a dedicarle algunas entradas, no sé cuál será el orden ni la frecuencia, pero me encanta un hombre que sabe vivir y beber cada minuto creativo. Lo acusan de mil cosas, después de décadas en Europa, volvió al Perú y yo insisto en esa actitud libertaria del lector, puede confabularse y congratularse con quien le dé la gana. Leo de todo y de todos, a veces me habla alguien con un registro que yo soñé. Algo se escribe, se conectan las frecuencias, yo que sé. A Bryce Echenique arroba leerlo por su desenfado, enlaza historias como un buen tejedor, los hilos de su propia existencia le han permitido observar a la gente con ojo viejo,  algo definido por el mismo autor: "La dificultad de expresar sentimientos conduce a la ruptura del párrafo, que está muy ligada también a la narrativa oral"
Lisandro Otero lo recuerda así:
Su ingenua manera de narrar las disparatadas historias de sus irreverencias familiares y de su absurdo hermano, que pasó siete años en pijama decidido a no trabajar, nos mantuvo a todos en una constante hilaridad. Alfredo ingirió cantidades inmensurables de whisky, pero se mantuvo en perfecto equilibrio, y a las tres de la mañana nos invitó a continuar la tertulia en su casa. (...)
Desperté al mediodía, y Alfredo ya estaba en la cocina donde había preparado nuestro desayuno: dos botellas de cerveza. Esa tarde debía ofrecer una conferencia en la Universidad Paul Valery. Hice contacto con mi anfitriona, que estaba preocupada por mi ausencia del hotel. Alfredo no parecía inquietarse por nada de ello y me llevó a un bar donde fui presentado como Ministro de Cultura de un país latinoamericano, en viaje de incógnito por Montepellier. El cantinero, llamado Bernard, me trató con mucho respeto y no nos dejó pagar el suministro de whisky. Al atardecer volvimos a su apartamento, y mientras me aseaba escuché un gran estrépito de loza rota y vasos quebrados en la cocina. Alfredo se había desvanecido arrastrando consigo una mesa. Advertí que respiraba y me fui a mi conferencia.

Cuestión de la ignorancia isleña, me leí La Amigdalitis de Tarzán, en Cuba, no tenía ni idea de quién era Bryce Echenique. Tenía yo 21 años y reía poco, pero él posee una ironía, una agudeza, un humor tan peculiar, que varios aguaceros, confrontas, guaguas llenas, hambre y calor se suavizaron.  Agradecida y leal, ahora sigo riendo, lo compartiré.

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