La muerte la miró, hizo un esfuerzo para imaginar qué sería la sed, pero no lo consiguió.
Las intermitencias de la muerte. José Saramago
Cuando la sangre se parece al fuego es una novela de Manuel Cofiño, un escritor cubano que vivió poco y describió a mi abuela sin conocerla. Me identifiqué tanto con el personaje principal como si Cristino y yo nos hubiéramos conocido o atisbado en algún espejo.
Su abuela se traga la lengua, busca el ahogo y el músculo blando es una sierpe inmisericorde. Siempre le hablé a mi abuela de aquella anciana: Se parece a ti, le decía, en algunas cosas nada más.
Mi abuela tenía un cuerpo alto y un carácter recio. En su altar de santería convivían Obatalá con una foto en blanco y negro de José Martí. También Changó con Antonio Maceo y todo el panteón yoruba se extendía sobre los tablones bien pintados, las cazuelas y las ofrendas. Crecí considerando a la gente no por lo que manifiesta o dice ser, si no por lo que esconde. Ella me enseñó a mirar y a ver. Con ella supe de las voces de las hierbas y de la carga pesada o bendecida del silencio. Por ella dejé ir malos amores y aprendí a buscar algo que susurrara más allá del cuerpo y de las voces.
Con abuela busqué mi propio trillo, mis veredas. Desterré el miedo al marabú o al asfalto. Con abuela visité las primeras iglesias y los primeros toques de santo. Por ella rechacé unas y otros. Abuela decía que la mujer debe vestir su alma con sinceridad y quien se deje asomar saldrá aullando como perro si no le alcanza ojo para resplandores. Y lo he vivido, jauría que se extraña de sonrisa o de ingenuidades. Mucha gente la visitaba para romperle la alegría a otro y ella los dejaba ir con su frase de siempre: Yo no hago daño, ven conmigo si te quieres curar. Hoy no hay tabaco, paná…
Abuela me pasaba la mano, una manera de decir que aprietan el estómago hinchado de una niña que comió guayabas, almendras y anón del patio. Mi abuela me marcó chancletas y me dio café negro hirviendo, con pan. Mi abuela y su arroz con leche. Abuela, la miel y la canela…
Abuela se vestía de collares y ropa linda, se pintaba con discreción y rejuvenecía cantidad. Sólo ella se atrevió a dejar a tanto pretendiente por aquel bajito de ojos azules, que tocaba el tres como un virtuoso y que siempre se doblegaría a su férrea voluntad. Sé que un día voy a terminar de escribir esa novela, donde Abuela será el personaje principal.
Abuela se fue anoche. Dos días antes su lengua se inflamó, seca como una rama partida fue buscando una gruta en el paladar. Abuela se llenó de silencios. La sangre se parece al fuego y abraza la vida y la consume. Uno se funde con cada despedida. Con las ausencias, la muerte nos laza al pescuezo un hatillo de recuerdos.