03 mayo, 2012

Detesto los Spelling Bee

Hoy mi niña ganó un lugar en el Spelling Bee, de su escuela. Rechazo la avalancha de vocales y consonantes, ese juego cruel en el que los niños parecen robots. Para mí es un martirio y para ellos, trayecto aburrido. Lo peor es la resonancia en el cerebro, ese abismo repetitivo en el que se gira cuando hay silencio y sigo yo pendiendo de boat o someone. Finjo una sonrisa, cuando ella me observa y repite cada vez más veloz. Recuerdo aquella película donde compiten tres chicos por el primer lugar y la chica se enoja cuando pierde y patea sillas, lanza mesas...por fin, liberada...

Y no me explico por qué en ejercicio de sinrazón voy sobre un fragmento de Felipe Poey:
Yo soñaba que cogía los caracoles por centenares, de todo género y de innumerables especies; era una dicha que podía llamarse preludio de la bienaventuranza. Una noche soñé que me había vuelto escarabajo y mascaba la hierba con mandíbulas horizontales: ¡cosa extraña! decía yo, antes movía la quijada de arriba a abajo y viceversa, y ahora las muevo lateralmente. Cuando desperté pude acordarme de aquel de quien escribe La Bruyere que soñaba haberse vuelto canario, que mudaba las plumas y sacaba sus polluelos, pagaba veinticinco pesos al organista, que educaba a los pájaros y dejaba a sus hijos sin educación.

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