25 junio, 2012

¿Qué tal sigue la luna?

Rehúyen los vivos tocar la muerte con palabras.  Otros temas se enroscan en el cerebro y los exhiben como guirnaldas o coronas de espinas. Los sesudos vivos escriben y hablan de política y del sexenio. Hacen la agenda. Se bañan diario o cuando el agua deja. Silban al amanecer como si en el aliento apretado se divulgara a trechos, la propia vida. En bitácoras cotidianas cuelgan con alfileres,  las rascadas de barriga o el escozor en la oreja. Los que persiguen el morbo vomitan una foto en carne viva y se dicen: libérrimos.  Si a alguien lo asesinan,  aunque se enteren de manera virtual, pasan por el lado, en mayoría, como muerticos tiernos, flotando en el río de la sordina colectiva.
Lecturas sugeridas:El bosque escrito de Félix Ernesto Chávez.
El cantante de muertos. Antonio Ramos Revillas. Almadía

19 junio, 2012

Félix Hangelini

Han de seguir viviendo los que mueren: pues ¿qué es el hombre, sino vaso quebrable del que se desbordan, fragantes y humeantes, esencias muy ricas?   José Martí
                                                       Carta de Nueva York. La Opinión Nacional, Caracas.(m.? d.?) de 1882
Lo mataron en México, a puñaladas.  Rompieron una vida de estudios. Silenciaron a un cubano bueno y a una familia cálida. Escupieron, en el vacío, las hipótesis que formulaba.
Por la espalda, porque un asesino no tiene coraje para mirar de frente a la sensibilidad. Aquí se abre la puerta de una casa, se entrega la confianza y puede flotar airoso el brillo de un puñal. Mataron al muchachito de la Lenin, el de los libros. El hombre de lecturas. El de evocaciones familiares, el que se leía de niño y se interpretaba como cada uno de nosotros, con el espejo interior. Por el medio: el  mar. Se acallará su blog y  ¿de dónde agrupamos fuerzas para su madre?
El como sabio, porque no se acercaba al muladar. Créannos este dolor sempiterno.  Era distinto, muy distinto. Y lo será:
Todo es como un comienzo, como una pregunta nunca hecha, http://elbosqueescrito.wordpress.com/

Toda ausencia es atroz...

15 junio, 2012

Cine Salón Rosa

Escuchaba decir a mi madre: "Se cree la reina de Chantecler". Hacía referencia a un filme español que jamás he visto y con el que se inauguró el segundo cine de mi barrio, el 21 de diciembre de 1968. Se llamaba Paraná. Pero ese  parecía una caja de zapatos. El Salón Rosa me fascinaba, con sus 901 localidades, para mí era el mundo. Tenía alfombras rojas que combinaban con las cortinas y las butacas.  De pelitos, decía yo, que no conocía el tul, ni "el placer de la seda".
El Salón Rosa era cine y teatro, según mi padre que no es el historiador pero ¡inventa cada cuento! allí vio bailar a Tongolele y se volvieron vivas las mosquitas muertas con la presencia de...Jorge Negrete. Era como un universo fantástico: los relieves de yeso, las figuras grecorromanas. Seres alados, torsos desnudos parecían convocarnos a la prosperidad: un cine de caché.
Leo en Una mirada sobre el Cotorro, de Raúl García Dobaño:
"Como detalle curioso relacionado con el cine Salón Rosa, se destaca que el dueño del céntrico terreno, el señor Fermín Ordóñez lo cedería, para la construcción del cine, con dos condiciones: que la sala cinematográfica llevara el nombre de su única y consentida hija, la señorita Rosa, y que pasados diez años (en 1966) el cine quedara en sus manos como único y legítimo dueño.
El primer punto de tales condiciones se cumplió pues se bautizó el cine con el nombre de Salón Rosa, el segundo; no, porque triunfó la Revolución".
A partir de entonces el cine no fue de Rosa, éramos dueños los del barrio y las colas eran interminables y los ánimos exaltados y las butacas de todos, también los que tenían cuchillas para rasgar la seda. Desfilaron películas taquilleras como El Peñón de las Animas, Alejandra,  El hombre que mató a Billy el niño, La Chica Terremoto, El gran rubio con un zapato negro, La vida sigue igual y muchas más.
Mi última visita al Salón Rosa fue ya entre las carencias de lo que se bautizó como el Periodo Especial. Los dos pisos, con butacas salteadas semejaban una dentadura con pocos dientes y en la pantalla se abría, como una mueca, un tajo impune. Desconozco cuando cerró sus puertas de forma definitiva. Lo he visto por fuera y siento alivio de que aún conserve, apagado, el anuncio otrora luminoso de la entrada. Usa maquillaje por las mismas razones que algunas mujeres. 
Por dentro, unos dicen que una disco. Otros, un proyecto de cultura popular. Está desmantelado.
Es imposible la colindancia del Reino de Zeus y aquel contexto bucólico, populachero. No tendrían larga vida el piso de alfombra y los baños apestosos.
Desde lejos, mis evocaciones buscan refugio donde mismo. Todavía hay noches que me asaltan los colores internos de aquella sala de cine. Espanto el recuerdo, pienso en las imágenes de mi infancia como metáforas y escribo para exorcizar.

12 junio, 2012

La última vida en el universo


Me llamo Kenji. Este podría ser yo en tres horas. ¿Por qué me quiero suicidar? No lo sé…
Kenji intenta cambiar el rumbo de sus libros infinitos, de su orden compulsivo, del marasco cada día, igual.
En el filme La última vida en el universo,  Kenji trabaja en una biblioteca, no come pescado. Jamás se desordena. Levanta los ojos, se inquieta sólo por una chica que sostiene un libro entre las manos:  La lagartija está sola, extraña a su familia. Ella es una posibilidad de encontrarse en el otro, también ésta desaparecerá.
¿Dónde vas que más valgas? Kenji se enfrentará a varios verdugos para morir. Soga, vacío, ahogo, armas, pero su muerte lo esquiva.  Para ponerle nombre a su razón escribe: Dicha y se ve, colgando del techo. Todo cambiará en el encuentro con otra mujer, alocada, frenética, abandonada y sola. Hasta el aburrimiento, sola.  Sola, hasta el asco. Huyendo de sí.
Hay imágenes detenidas por una fotografía que ha quedado prendida en mí. Un ir y venir de escenarios posibles. La esperanza no se manifiesta ni como una posibilidad, no en él. Ella es un pedazo inarticulado de vivencias, una certeza: allí está, a su lado, la muerta muerte viva durmiendo en su pierna.

Uno quiere subir esa escalera por donde esquivan los libros. Uno quiere ver el sentido de una vida más allá:
“Los libros son compañeros del solitario, amigos del desamparado, solaz del tedioso, contento del descorazonado y sostén del desvalido”.(1)
Como Kenji,  uno se puede lanzar por una ventana.  La muerte es certidumbre cuando en vida hueca no se conoce un atisbo de dicha. Nuestra última vida en el universo puede estar allí donde se rompe el yo y se desgaja como una naranja para gozar-se con los otros.

(1) Orison S. Marden

10 junio, 2012

La maldición

Cuando murmuré a su oido aquel regaño, ella levantó los ojos y supe que la niña se había ido. Lo peor fue la palabra,  lava brotando, entre sus dientes: Bórrate.

07 junio, 2012

Criatura de isla


Muchos proyectos relacionados con la cultura cubana han tratado de revivir glorias pasadas. Bien le haría a la memoria colectiva hacer una regresión para no perder de vista a quienes nos legaron su poética:
Lo primero que hago es ver qué palabras sobran para quitarlas. Y esto hay que hacerlo pronto para no encariñarse con ellas. A veces me ha sucedido que podando palabras de un poema me he quedado sin poema. Por eso es preferible, no quiero tener poemas tontos. Nadie está obligado a ser poeta, y sí estamos todos obligados a velar por nuestro acervo de cultura y nuestro decoro intelectual. (1)
Dulce María Loynaz tenía un proceso creativo muy laborioso. Por ejemplo, pudo tardar años para dar por terminado Un verano en Tenerife:
En esto no hay regla fija y solo le digo que si hubiera tenido que escribir con la medida de las agujas del reloj, no hubiera escrito nunca. A la palabra que va naciendo no se le puede poner metrónomo, ni a la vida tampoco. (2)
Sólo ella que murió rodeada de maleza, ciega y solitaria. Sólo ella conviviendo con la locura, la música y la vegetación, el mar. Sólo ella y su praxis creativa, desde una isla interior iluminada. Sibila:
Poema CI
  
        La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una criatura distinta. Más leve, más sutil, más sensitiva.
        Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro, su cuerpo deja un hueco en el viento; si es niño, juega a veces con un petrel, con una nube...
        La criatura de isla trasciende siempre al mar que la rodea y al que no la rodea. Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos se amansan en su pecho, duermen a su calor como palomas.
        Los ríos de la isla son más ligeros que los otros ríos. Las piedras de la isla parece que van a salir volando...
        Ella es toda de aire y de agua fina. Un recuerdo de sal, de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola, y una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura, le estremece la yema de las alas...
        Tierra Firme llamaban los antiguos a todo lo que no fuera isla. La isla es, pues, lo menos firme, lo menos tierra de la Tierra.

Citas:  Confesiones de Dulce María Loynaz. Aldo Martínez Malo. Editorial José Martí.

04 junio, 2012

Tres lindas cubanas


Yo iba por un libro de Abilio Estévez,  regresé con Tres lindas cubanas.  Debí conocer a Gonzalo Celorio en el 1993 y se me fue la voz. Muda y con una libreta, le pedí a alguien cancelar la cita y al cabo de tantos años, la pude tener y él no lo sabe. He entrado en el libro y se ha levantado polvo y salitre.  He seguido una hilera de papas .
Tres lindas cubanas es una historia tallada en  tezontle y adoquín de la Habana Vieja, Celorio se dice mitad cubano, tiene que serlo.  Por sus páginas hablan las voces de sus abuelos, de sus tías, su voz es un eco que le da nombre a la sangre y la identidad. Lezama, Carpentier, Nicolás Guillén, César López, Cabrera Infante, Senel Paz, Leonardo Padura,  Barbarito Diez, Juana Bacallao. Muchos con la Habana adentro y la Burke cantando sus ceborucos. Es un libro de piedras:
“El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas”. (1)
Escala el recuerdo y las etapas. Esos tajos en Cuba, que son imprevisibles y eternos. El periodo especial nombrado y dibujado con muchas metáforas, el autor lo vive también porque un tío: Juan Balagueró, que era capaz de comerse un buey a fuerza de pan, como El mismo decía en sus buenos tiempos, se había comido las cáscaras de las naranjas por la sencilla razón del hambre. Se las había comido crudas, poco a poco, masticándolas con empeño de roedor, haciendo caso omiso de su sabor amargo y de su consistencia correosa. Y es que el jugo que se había bebido esa mañana dominguera sólo era el espíritu, el recuerdo de las naranjas de otros tiempos y lo que él tenía no era nostalgia; era hambre.
En cada página está una realidad que me llama. Anécdotas personales mezclan la espada, la paloma, el ojo. He aspirado el olor del mar bailando sobre el malecón, cubriendo los rayos de la bicicleta, ahogando la esperanza de llegar, secos, a medias. He tocado los tabacos de mi abuelo y he leído veinte veces El lobo, el bosque y el hombre nuevo.  He caminado por la Calzada de Jesús del Monte porque los Diego deben andar por allí, en algún libro. He tocado la puerta del Hotel Riviera porque hay que  acariciar el piano, hay que sacar esa tonada que nos quite la abulia, que le prenda una vela a la noche tan ensimismada,  pero: “ El guardia dice que sólo tiene un violín y con un gesto instrumental le mienta la madre al suplicante”.(2)
La saga familiar va entretejiendo una enredadera, desde Asturias y crece en la Habana, se extiende a México,  sigue a Estados Unidos donde se nos acaba la tía Rosita, bella y sola. Novela de muertes también, el entierro de las casas, de las costumbres, de Ana María, tía  instrusa en su propio hogar, de los primos que se aman. Y la tercera linda cubana: Virginia, la madre.  Sólo se salvan algunas tradiciones familiares y los recuerdos porque tratar de cortar  la raíz de uno es morirse un poco:


Así me imaginaba el exilio, áspero como una barba de tres días, espeso como un abrigo grande, agujereado como unos zapatos viejos, insondable como una bolsa negra”. (3)

Citas:
(1) El viaje del elefante. José Saramago. Alfaguara
(2) (3)Tres lindas cubanas. Gonzalo Celorio. Maxi TusQuets


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